Había sido mi cumpleaños o qué se yo. Susana (es su nombre real, si, a ver si hay wevos de reconocerla) me regaló un pequeño delfín de plástico con forma mas o menos de jabonera, con bolitas de aceite de esas que nada mas ducharte se echan en la piel.
Al cabo de un tiempo (¿un mes, dos?) vino a mi casa y al entrar al baño, se sorprendió al ver allí al delfín que no se le había movido un pelo, y con la rapidez mental que la caracteriza(ba) y ceja en alto, me pregunto "¿Qué, es que no te has duchado desde que te lo regalé?"
Ella, maestra mía en tantas cosas, era mas rápida que yo y alguna parte bobalicona de mi cerebro empezó incluso a querer contestar... Si, claro, lo que pasa es que.... bababababababa ....... ¿¿¿??? Su ceja permanecía en alto mientras mis palabras perdían volumen y sentido. Lo que pasaba era que para mi lo normal era no usarlo, ni siquiera tocarlo, era dejarlo allí de adorno (cuánto me pica esta expresión) Finalmente su ceja descendió y -aparentemente- ahí quedó la cosa.
Por grandísima suerte para mi, Susana supo imprimirle a la anécdota el punto justo y necesario de burla, de crueldad incluso, para que a mi nunca se me olvidara aquello.
Ahora, tantos años después, cuando alguien me regala un delfín lleno de bolas de aceite para baño, lo desenvuelvo, le quito lazos, papeles y chorradas, y ese primer día uso la primera bola de aceite, y si es la del olor que mas me gusta, mejor. Y al segundo día la segunda, y al tercero la tercera. Y si a alguien le gusta, le regalo dos o tres. Y se que después vendrá otro delfín, o una tortuga, o una ballena. Lo normal ahora es usar, tocar y vivir y no limitarse a contemplar y de alguna manera a temer. Recuerdo a Susana con tanto agradecimiento que la abrazaría. Me regaló muchísimas cosas mas que en su momento no pude aceptar, pero conservo y saco a flote. Y este es uno de los muchísimos huesitos con que voy recomponiendo mi propio esqueleto.
Madre superiora, bióloga, gatoflauta aspirante a vegetariana. Si quieres halagarme, llámame loca.Yo también prefiero una mariposa al Rockefeller Center. Mi hijo me ha dado la vuelta como un calcetín, y a la vez soy mas yo que nunca. Una vez me teñí el pelo: nunca volverá a suceder. No puedo ser princesa porque nací guerrera. Odio las bodas, ir de tiendas, las peluquerías y las flores muertas. Leer me salva. Cocino con el corazón, de otra forma no me sale. Sólo veo lo que creo.
jueves, 15 de agosto de 2013
jueves, 8 de agosto de 2013
Arqueología vitae
Estaba convencida de que:
- Naces y no sabes nada.
- Creces y vas aprendiendo cosas para cuando seas mayor.
- Cuando ya eres mayor, esa es tu vida de verdad. Lo sabes casi todo.
- Envejeces (o cueces... cada uno...) y eso te hace mas o menos sabio.
Todo eso ha ido a parar a la trituradora de documentos; ahora creo que nacemos luz y nos vamos/van oscureciendo, que los padres tenemos mucho mas que aprender de los hijos que al revés, que hay adultos bobos como sepias -con perdón de las sepias- que están en este mundo porque ha de haber diversidad genética, pero jamás aprenderán nada (keep calm, para eso están los centros comerciales). Otros con suerte, captan un 0.0000001 % de la realidad, lo cual ya es mucho. Ahora creo que el mero hecho de sumar años no te hace mejor, tampoco peor.
Desaprender es mucho mas dificil que aprender. Hay que salir, ver desde fuera, comparar, valorar, y decidir. Hago limpieza en todos mis armarios. Saco, aireo, tiro y ventilo.También recupero. Me quedo con poco. Hago de arqueóloga y brocha en mano, busco y encuentro trozos que después armo y encajo. Cambio de color del cristal con que miro. Cambio para seguir siendo igual. Aprendo a agradecer, a desear, a perdonar. Pero sobre todo, desaprendo.
En este tiempo, el papá de Pablo y yo hemos tomado distintos caminos. Lo cierto es que todo lo que eso ha supuesto ha sido la principal razón de mi ausencia todo este tiempo. Pablo sigue muy bien, aunque para dolor mio, aunque sea poco, algo de todo eso le ha salpicado, era inevitable. No se hasta qué punto seguiré contando cosas de él.
Han pasado muchas cosas desde la ultima vez que estuve aqui (¿hay alguien?) y no sabía ni siquiera si volvería; He estado congelada, apolillada, enmohecida y arrugada. Ya se me empieza a pasar. Tengo tantos motivos para dar gracias que necesitaría otro blog. En el fondo tenía un poco de miedo a volver, pero un buen día, el Universo al ver que sola no podía me dio un maravulloso empujón y me dijo: hala, venga, nena, espabila!
- Naces y no sabes nada.
- Creces y vas aprendiendo cosas para cuando seas mayor.
- Cuando ya eres mayor, esa es tu vida de verdad. Lo sabes casi todo.
- Envejeces (o cueces... cada uno...) y eso te hace mas o menos sabio.
Todo eso ha ido a parar a la trituradora de documentos; ahora creo que nacemos luz y nos vamos/van oscureciendo, que los padres tenemos mucho mas que aprender de los hijos que al revés, que hay adultos bobos como sepias -con perdón de las sepias- que están en este mundo porque ha de haber diversidad genética, pero jamás aprenderán nada (keep calm, para eso están los centros comerciales). Otros con suerte, captan un 0.0000001 % de la realidad, lo cual ya es mucho. Ahora creo que el mero hecho de sumar años no te hace mejor, tampoco peor.
Desaprender es mucho mas dificil que aprender. Hay que salir, ver desde fuera, comparar, valorar, y decidir. Hago limpieza en todos mis armarios. Saco, aireo, tiro y ventilo.También recupero. Me quedo con poco. Hago de arqueóloga y brocha en mano, busco y encuentro trozos que después armo y encajo. Cambio de color del cristal con que miro. Cambio para seguir siendo igual. Aprendo a agradecer, a desear, a perdonar. Pero sobre todo, desaprendo.
En este tiempo, el papá de Pablo y yo hemos tomado distintos caminos. Lo cierto es que todo lo que eso ha supuesto ha sido la principal razón de mi ausencia todo este tiempo. Pablo sigue muy bien, aunque para dolor mio, aunque sea poco, algo de todo eso le ha salpicado, era inevitable. No se hasta qué punto seguiré contando cosas de él.
Han pasado muchas cosas desde la ultima vez que estuve aqui (¿hay alguien?) y no sabía ni siquiera si volvería; He estado congelada, apolillada, enmohecida y arrugada. Ya se me empieza a pasar. Tengo tantos motivos para dar gracias que necesitaría otro blog. En el fondo tenía un poco de miedo a volver, pero un buen día, el Universo al ver que sola no podía me dio un maravulloso empujón y me dijo: hala, venga, nena, espabila!
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