jueves, 3 de marzo de 2011

Un oasis personal

Aun en el rigor del desierto, el hombre ha sido capaz de criar vergeles que contraponer a la aridez. Valiendose de su ingenio y laboriosidad, allá donde la vida parecía mas esquiva ha logrado levantar oasis, lugares inverosímiles en los que nomadas y viajeros en ruta han podido dar tregua al cansancio, aprovisionarse y encontrarse unos con otros.
En nuestro trayecto por los dias y los años tambien nosotros necesitamos a veces un alto en el camino, y está en nuestras manos acondicionar refugios para el descanso.Pueden ser lugares físicos, techos bajo los que guarecerse de las tormentas y volcarse hacia adentro: una habitación, una casa, un cine o un aula. Espacios todos ellos donde el mundo no está invitado a entrar si no es con sus propios ruidos en sordina, y en los que se respeta la intimidad, solitaria o compartida.
Otras veces la guarida no tiene paredes, se abre dentro de uno mismo, a modo de territorio personal y lo hace tanto en campos y bosques como en calles y oficinas, en medio de fiestas o en la soledad de una celda, en páginas de libros, pasos de baile, recetas de cocina, esperas, vagabundeos, reiteraciones. Son quietudes que ofrecen amparo y dan agua que beber, oasis interiores en los que siempre es posible repostar.

Acostumbrarse a acceder a estos espacios de paz en cualquier situación, por dificil que resulte, ayuda a afrontar los contratiempos y las dificultades cuando el entorno resulta demasiado exigente. Desde esta fuente original de equilibrio que cada uno descubre en sí mismo, aunque por caminos distintos, se puede ir al encuentro de los demas, o regresar a esa realidad que pide acción y determinacion.
Los oasis no constituyen fortalezas amuralladas, son puntos de encuentro en lso que es posible coincidir con uno mismo y con los demás, y en los que prevalece lo sencillo, lo calido y una entrega al tiempo y a lo que sucede.
Sólo hay que saber cómo llegar a ellos. Acostumbrarse a visitarlos para no olvidar sus coordenadas. Cuidarlos con el mismo esmero con el que los pueblos del desierto mantienen sus canales de riego.

Yvette Moya-Angeler, Revista Cuerpo -Mente nº 226, pág. 7