Estoy cansada. Llevo un tiempo cansada y cuando llegan las ocho de la tarde no puedo mas. Si que puedo mas, porque termino el día, pero de buena gana me acostaría a dormir.
Y ese cansancio me afecta, entre otras cosas, al trato con Pablo. Alguna vez le digo cosas que no me gustaría decirle o le trato de maneras en que no me gustaría tratarle. Nada 'grave' ni por la intensidad ni por lo continuado, pero no me gusta y me parece un sobre-síntoma, algo que me hace aflorar la 'verdadera' madre que hay debajo o dentro de mi, algo que saca 'lo que he mamado'
Entre que decidí ser madre y lo fui pasó mucho tiempo, tiempo que empleé en aprender y desaprender. Mas bien lo segundo que lo primero. Aprender, aprender, lo que se dice aprender cosas nuevas... es poco necesario para ser madre. Creo que es mas importante y bastante mas difícil desaprender una serie de cosas que en el periodo entre que nací y decidí ser madre, fui asimilando como normales y naturales, cuando realmente no lo son.
Y a poco que bajas la barrera un 'qué harta estoy' o peor aun (qué frase tan horrible esta) un 'me tienes harta' te empieza a subir desde el estómago a la boca... y por suerte a punto de pronunciarlo, consigues no decirlo y como mal menor, enchufas al peque a ver una película
No quiero caer en el sofá espiritual de pensar que no-pasa-nada por alguna vez que le diga a mi hijo 'me tienes harta' porque si que pasa, porque yo podría soltar ese rebuzno como desahogo puntual sabiendo que en el fondo no es así y blablabla, pero mi hijo lo recibiría literalmente. Cada día me demuestra que entiende y asimila y recuerda todo lo que oye y ve, y lo hace desde su falta de distorsión, desde su lógica perfecta.
Por eso voy a intentar descansar unos días, por mi y por él, por él y por mi. Hacia el Sur.
Madre superiora, bióloga, gatoflauta aspirante a vegetariana. Si quieres halagarme, llámame loca.Yo también prefiero una mariposa al Rockefeller Center. Mi hijo me ha dado la vuelta como un calcetín, y a la vez soy mas yo que nunca. Una vez me teñí el pelo: nunca volverá a suceder. No puedo ser princesa porque nací guerrera. Odio las bodas, ir de tiendas, las peluquerías y las flores muertas. Leer me salva. Cocino con el corazón, de otra forma no me sale. Sólo veo lo que creo.
lunes, 21 de enero de 2013
viernes, 18 de enero de 2013
A la sombra del algarrobo
Catherine L'Ecuyer en el subtitulo de su fantástico blog Apego & Asombro se plantea "¿Cómo educar en un mundo frenético e hiperexigente?"
Y me temo que en la escuela no tienen la respuesta.
Resulta que mi bendito hijo come bien. Come de (casi) todo, no se salta comidas, unas veces mas y otras menos, come con ganas y con gusto, cuando se siente saciado, deja de comer.
Pues hoy la maestra me ha vuelto a decir que "es muy lento comiendo" (se refiere al almuerzo porque a mediodia come en casa)
He sentido unas ganas tremendas de estrangularla (no a ella como persona, que me cae muy bien, sino lo que representa) que enseguida han sido reemplazadas por una gran tristeza.
Tristeza porque a niños tan pequeños les pidamos, les exijamos ya ser parte de ese mundo 'frenético e hiperexigente' donde el reloj es el dios absoluto al servicio de don dinero.
Me niego a enseñar a mi hijo a tener prisa, me niego y me niego.
Cada día a la salida del colegio, a las doce y media, le damos una buena patada en el hígado a los Hombres Grises: nos quedamos en un descampado al lado del cole, debajo de un gran algarrobo, y perdemos el tiempo que da gusto. Pablo explora, se mete por sitios donde hay escombros, ramas, hierbajos, probablemente cacas de perro en diferentes estados de descomposición... Yo intento intervenir lo menos posible, le dejo hacer, ir para donde quiera, aprender de su falta de prisa, de su capacidad de pasarlo genial en un sitio de donde mucha gente no permitiría a sus hijos estar mas de un minuto. Ayer estuvimos lanzando trozos de ladrillos contra piedras para romperlos, viendo bichos que viven bajo las piedras... hoy Pablo ha descubierto un pájaro bastante grande en un árbol que cantaba de una manera muy curiosa... se ha manchado, se ha caido alguna vez... me gusta pensar que ese ratito que pasamos así es un pequeño regalto que le hago, no llevármelo corriendo a casa porque "hayque..." igual que por la mañana le despierto un rato antes para que despierte poco a poco mientras toma leche del día.
Mi hijo no es lento comiendo, tiene la suerte de saber masticar bien los alimentos, o mejor dicho la suerte de no haber aprendido aun a tragar a medio masticar, porque 'toca' salir al patio o 'toca' dormir o 'toca' bailar la jota aragonesa.
A mi también me parece este mundo frenético e hiperexigente, y el tiempo dirá si me equivoco, pero no pienso obligar a Pablo a meterse en la rueda, no al menos durante todo el tiempo que podamos evitarlo.
Y me temo que en la escuela no tienen la respuesta.
Resulta que mi bendito hijo come bien. Come de (casi) todo, no se salta comidas, unas veces mas y otras menos, come con ganas y con gusto, cuando se siente saciado, deja de comer.
Pues hoy la maestra me ha vuelto a decir que "es muy lento comiendo" (se refiere al almuerzo porque a mediodia come en casa)
He sentido unas ganas tremendas de estrangularla (no a ella como persona, que me cae muy bien, sino lo que representa) que enseguida han sido reemplazadas por una gran tristeza.
Tristeza porque a niños tan pequeños les pidamos, les exijamos ya ser parte de ese mundo 'frenético e hiperexigente' donde el reloj es el dios absoluto al servicio de don dinero.
Me niego a enseñar a mi hijo a tener prisa, me niego y me niego.
Cada día a la salida del colegio, a las doce y media, le damos una buena patada en el hígado a los Hombres Grises: nos quedamos en un descampado al lado del cole, debajo de un gran algarrobo, y perdemos el tiempo que da gusto. Pablo explora, se mete por sitios donde hay escombros, ramas, hierbajos, probablemente cacas de perro en diferentes estados de descomposición... Yo intento intervenir lo menos posible, le dejo hacer, ir para donde quiera, aprender de su falta de prisa, de su capacidad de pasarlo genial en un sitio de donde mucha gente no permitiría a sus hijos estar mas de un minuto. Ayer estuvimos lanzando trozos de ladrillos contra piedras para romperlos, viendo bichos que viven bajo las piedras... hoy Pablo ha descubierto un pájaro bastante grande en un árbol que cantaba de una manera muy curiosa... se ha manchado, se ha caido alguna vez... me gusta pensar que ese ratito que pasamos así es un pequeño regalto que le hago, no llevármelo corriendo a casa porque "hayque..." igual que por la mañana le despierto un rato antes para que despierte poco a poco mientras toma leche del día.
Mi hijo no es lento comiendo, tiene la suerte de saber masticar bien los alimentos, o mejor dicho la suerte de no haber aprendido aun a tragar a medio masticar, porque 'toca' salir al patio o 'toca' dormir o 'toca' bailar la jota aragonesa.
A mi también me parece este mundo frenético e hiperexigente, y el tiempo dirá si me equivoco, pero no pienso obligar a Pablo a meterse en la rueda, no al menos durante todo el tiempo que podamos evitarlo.
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